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Atardece;

la bruma acompaña al río

que atraviesa el bosque antiguo.

El Otoño

La ventana del oeste mira a un lago de aguas quietas, rodeado de un bosque de hojas doradas. Un remanso de paz en el que retirarse a contemplar en silencio y recordar, en el declinar del año, el ciclo que termina. Comprendiendo el lugar que todo ocupa en la Creación; que no hay actividad sin descanso, ni euforia sin serenidad. Un lugar también interior para recapitular y encontar qué es lo que realmente queremos.

El otoño es el oeste, el crepúsculo, el declinar del Sol. El año se acerca a su término y las lluvias terminan con el estío. Las hojas en los árboles amarillean preparándose para el sueño invernal. La luz disminuye y la atención se dirige hacia dentro. Es momento de recogerse, revisar lo antiguo y prepararse para la renovación desprendiéndose de lo que sobra o estorba. Cultivar la serenidad, aquietar las emociones… y observarlas, descubrir que son como el agua y pueden desbordarse como en las riadas, descargar la tensión como la lluvia que limpia el bochorno del viento sur, estancarse como en las ciénagas… o serenarse como en un lago de montaña. El oeste es también permitirse el descanso; tras el esfuerzo ha de venir la recuperación, no es posible sostener la tensión sin complementarla con la relajación.

El sufrimiento

En ocasiones, sentimos la necesidad de detenernos, descansar y desde la quietud reconsiderar lo hecho y experimentado. Preparándonos para soltar lo molesto y dar el siguiente paso con renovados bríos y mayor claridad. Si ignoramos la señal y desde el pensamiento forzamos la máquina, el organismo insistirá en el mensaje quizá transformándolo en dolor; llegados al extremo la falta de energía se traducirá en apatía, desazón… La melancolía tan asociada a estas fechas. El déficit de energía puede deberse a agotamiento físico, o falta de algún alimento esencial (determinados oligoelementos o vitaminas, la propia luz del sol…), y la tristeza posarse como un manto oscuro. O también puede ser existencial: precisamos un cambio y al no hacerlo consciente aparece la señal de alarma; una desazón, un anhelo oculto sentido en el centro del cuerpo que nos fuerza a cambiar. Y a fuerza de no atendernos aparece la insatisfacción y apatía; nos quedamos sin fuerzas para salir de la confusión y terminar con lo que nos pesa. Y la claridad sólo aparece cuando nos detenemos a sentir qué es lo que queremos realmente. Entonces la atención podrá moverse de lo emocional a la voluntad para recuperar la energía perdida y salir del atasco. Habremos encontrado nuestro norte particular, el momento para cuidar el cuerpo, limpiar la mente y abrir la consciencia. Y eso será tema del próximo artículo…

Meditación en el agua

Para adentrarse en la serenidad, puerta para discernir con claridad y recuperarse, te propongo una sencilla práctica de meditación. Lo ideal sería buscar un curso de agua o estanque, al atardecer y en el campo. Adoptando una postura de meditación (espalda erguida, hombros caídos y relajados, barbilla ligeramente metida hacia dentro), fija la mirada en el agua, sin apartarla, procurando mantener el cuerpo y la mente quietos, centrado en la respiración, calmada y profunda (mínimo 11 min.). De estar en casa, coloca frente a tí un cuenco (mejor de vidrio transparente) colmado hasta el borde de agua. Aquietadas las emociones podemos repasar nuestras acciones y relaciones y soltar con el perdón los daños que acarreamos en el recuerdo como lastres dolorosos. Como el roble, despréndete de las hojas antiguas para dejar hueco a los nuevos brotes que el futuro traerá.