Mediodía. El sol está en su apogeo, y su luz y calor reinan.
Época de madurez, de cosecha, de abundancia y celebración.
El corazón, nuestro sol interior, se abre en amorosa confianza y lo abarca todo.
En la fiesta del solsticio de verano, la Noche de S. Juan, las hogueras iluminan la noche más corta del año. La luz y el calor han triunfado. Del despertar individual en primavera a la celebración gozosa en grupo. La vida es más fácil, y sobra energía para celebrar y compartir con los demás.
El tesoro del verano
Las grandes fiestas del año se celebran en verano. Los pueblos enteros se vuelcan en un abrazo gozoso. Es tiempo de baile colectivo, de juerga, de liberarse de las ocupaciones y normas cotidianas. El pensamiento se detiene; no hay de qué preocuparse. Llegó el momento de disfrutar de los frutos del tiempo y el esfuerzo.. Todo en la creación ha madurado, y nosotros también. El premio de la cosecha ha llegado, y hay que agradecer los dones de la vida, y celebrar con los demás generosamente la abundancia estival. Como la cigarra, que canta optimista y despreocupada, pues la vida es fácil, sin frío, con todo lo que necesita rodeándole. Las hormigas han de volverse cigarras y conocer la amplitud que da la confianza en la Naturaleza, y el gozo de disfrutar de lo mejor de los demás; ¡a vivir, que son dos días! Ya volverá el declinar del sol, y la preocupación por sobrevivir. No dejes que el temor al ridículo, o el apego a mojigatas normas sociales te encorsete y haga de tí una momia hierática y sin alegría. Estás vivo, y ningún esfuerzo has de hacer para ello. ¡Es un regalo! Lo más precioso ya lo tienes, así que borra el temor y la desconfianza. Todos compartimos el mismo don: somos seres vivos, y allá donde posas tu corazón encuentras un ser como tú, hijo de la misma creación. No te contraigas, poniéndote a la defensiva; eres tan amplio que puedes darte generosamente y compartir lo que tienes y eres.
El corazón, nuestro sol interior
El Sol está en su apogeo, y nuestro sol interior, la fuente de calor, luz y comprensión es el corazón. Dejemos que la atención se pose en él, y sintamos lo que nos rodea desde ahí. Que el presente se tiña de amor, que lo que vivas se filtre con amor. Así desaparecerá el juicio, la intolerancia, el creerse diferentes y separados del otro. Empezando por tí mismo; has de aceptarte y quererte, por encima de tus errores y defectos, pues eres una mezcla de sombra y luz, como todos. Para cambiar debemos conocernos, y ello sólo es posible si nos miramos de frente, sin complejos ni rechazo. Si te has liberado de corsés y prejuicios torturantes habrás limpiado tu mente y liberado tu energía. Y tu corazón podrá latir con su auténtico ritmo, y podrás sentir por los demás la compasión que a tí mismo te negabas.
Cómo encontrar el tesoro del verano
El amor se enciende con el contacto, así que encuéntrate con los demás: ábrete sin barreras, derrochando alegría y espontaneidad. Sustituye el temor al ridículo por ganas de disfrutar sin complejos. Exprésate: canta, baila, habla… No dejes que la importancia personal, el pesado intento de mantener una imagen ante los demás, te coarte e impida comportarte con naturalidad. Cuanto más se pretende mantener el tipo más vulnerable y torpe se aparece a los ojos ajenos. Así que olvida tus pretensiones de quedar bien y así estarás más suelto y hábil para resolver y gozar las situaciones que te encuentres.
El verano es el sí a la vida: abre los brazos y descubre todo lo que abarcas como humano. Un cuenco sólo puede contener cuando está vacío, abierto a colmarse. El no es cerrar la puerta a lo nuevo. La estrecha comodidad de lo conocido. Manejable pero limitada. Sin sorpresas no hay intensidad. Sin riesgo no hay aventura… Así que deja lugar en tu vida para la confianza y la celebración
Se generoso. Celebra una fiesta en la que todo sea abundante; evita la tacañería, actúa como la vida, que da sin medida, sin temor a gastarse. Haz y hazte regalos: el descanso que anhelabas, la visita pendiente, la excursión siempre pospuesta…
Disfruta de tus sentidos: degusta los alimentos, deléitate con la música, despierta el tacto, explora con tus manos los objetos y asómbrate con las texturas, acaríciate sin tapujos; disfruta de lo placentero que ofrece la naturaleza.
El calor y la luz favorecen la expansión, el optimismo. Mira el lado positivo de las cosas, el regalo que es cada nuevo día, el agua, la temperatura, los amigos… Evita los peros, los pensamientos rebuscados y juiciosos que impiden disfrutar las situaciones con alegría y entusiasmo.
Mas no caigas en el exceso; disfruta del presente, evitando que los deseos se desboquen y aparezca la codicia, la ansiedad por llenarse de intensidad, perdiendo la capacidad de gozar de lo sencillo. La atención puesta en el corazón, -que descubre la maravilla allá donde se posa- evita que la mente se obsesione con infinitos deseos, imposibles de saciar. El apego al placer conduce a la confusión, de la generosidad -darse para abrir la fuente- se pasa al egoismo -intentar llenarse de cosas-. Recuerda que el calor de la celebración vivifica, pero el fuego desbocado transforma todo en desierto.
Trackbacks/Pingbacks